Contacta con nosotros

Google maps

Image Alt

¿Está muerta la globalización o simplemente se está transformando?

¿Está muerta la globalización o simplemente se está transformando?

3 de junio de 2025

El tema de la semana:

Por Ana Guzmán Quintana

El siguiente artículo resume la intervención de Ana Guzmán, en representación de Portocolom, durante el Private Equity Impact Summit celebrado el pasado mes de mayo en Londres. El evento reunió a más de 600 profesionales de referencia mundial en inversión de impacto. Portocolom participó en dos mesas redondas, una de ellas bajo el título: “Adaptándose a los tiempos: cómo ser inversor de impacto en un mundo desglobalizado”.

Vivimos en un mundo, cuanto menos incierto, donde —por desgracia— parece no haber espacio más que para debates polarizados. Todo ha de responderse desde extremos, en un universo de blancos y negros. Damos respuestas sencillas a problemas extremadamente complejos, sin detenernos a pensar que el mundo se mueve, más bien, en una escala de grises.

En este contexto, donde surgen movimientos radicales y alarmantes que tratan de devolvernos a un modelo basado en el proteccionismo, muchas voces han comenzado a cuestionar la globalización: ¿Ha alcanzado su máximo potencial? ¿Nos dirigimos hacia un mundo desglobalizado?

La globalización ni está muerta ni ha llegado a su fin. En nuestra opinión, estamos inmersos en un proceso de reordenamiento, de recalibración del sistema. Y aunque hoy veamos catalizadores que están acelerando esta transformación, el cambio comenzó hace ya varios años.

Las raíces de la globalización actual se remontan a los años 70, cuando se rompió el sistema económico que había surgido tras la Segunda Guerra Mundial. Fue entonces cuando emergió el modelo neoliberal, que impulsó la libre circulación de bienes, servicios, capitales y personas. Esta nueva era trajo consigo crecimiento económico, progreso tecnológico y una caída de los tipos de interés, pero también deslocalización, precarización del empleo, y un aumento de las desigualdades y las diferencias de oportunidades. La crisis financiera de 2008 y la revolución digital no hicieron sino agravar el descontento social, dejando atrás a toda una generación —especialmente a quienes tenían entonces entre 25 y 35 años—.

En los últimos cinco años, la pandemia de la COVID-19, la exuberancia de los mercados de capitales, los conflictos geopolíticos y la creciente fragilidad de nuestros sistemas —sanitarios, educativos, energéticos y de cadenas de suministro— han puesto de manifiesto la urgencia de reconstruir una mayor autonomía y resiliencia local y regional. El auge de políticas proteccionistas, como las que Donald Trump lleva por bandera, no ha hecho más que acelerar esta tendencia, impulsada por el miedo. Pero seamos realistas: ninguna nación puede aislarse por completo y sobrevivir con éxito.

Lo confieso: soy liberal por naturaleza. Creo en el poder de la cooperación, en la fuerza del liderazgo compartido y en el crecimiento conjunto en aquellas áreas donde compartimos preocupaciones globales. La historia nos enseña que levantar murallas proteccionistas nos conduce, a menudo, a desequilibrios de poder que rara vez traen prosperidad. Pero esto no significa que debamos continuar con “más de lo mismo” en términos de globalización. Necesitamos un nuevo equilibrio: un modelo que combine las eficiencias del comercio global con una autosuficiencia estratégica.

Porque nos guste o no, vivimos en un mundo profundamente interdependiente. Basta pensar en algunos ejemplos: más del 90% de los metales raros están concentrados en muy pocos países; la producción de paneles solares depende de una cadena muy específica; el sistema de GPS es estadounidense; y la infraestructura de datos global depende de cables submarinos que cruzan los océanos.

Intentar deshacer la globalización implicaría un declive económico de una magnitud para la que no estamos preparados.

La alternativa no es el aislamiento, sino la reconstrucción y protección de nuestras necesidades básicas —salud, educación, alimentación, infraestructuras— con una menor dependencia sistémica y una mayor resiliencia local. Solo así la globalización podrá ser una estrategia de «ganar-ganar», y no un juego de suma cero.

Si no caminamos en esa dirección, me temo que el centro de gravedad económico volverá a desplazarse hacia Asia, donde nació la civilización… y donde podría consolidarse, de nuevo, la dominancia económica global.