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Cuando la Mano Invisible Necesita Un Corazón

Cuando la Mano Invisible Necesita Un Corazón

Por Ana Guzmán Quintana

 

 

Estamos en la era de la innovación constante, del crecimiento exponencial y de la inteligencia artificial que promete redefinir todo lo que hacemos. Se habla de productividad, de competitividad, de disrupción tecnológica. Pero muy pocas veces nos preguntamos algo esencial: ¿quién cuida de aquello que hace posible que exista la economía?

 

Desde Adam Smith, nos hemos acostumbrado a la idea de que la mano invisible del mercado (la búsqueda del propio interés) genera prosperidad colectiva. Y es cierto: los mercados han creado riqueza, han impulsado creatividad y han favorecido progreso. Pero hay otra fuerza igual de trascendental, aunque menos célebre: el corazón invisible, concepto desarrollado por Nancy Folbre para describir el inmenso trabajo de cuidado que sostiene la vida humana, social y económica… sin aparecer en los balances.

 

Y cuando algo no tiene precio, normalmente no recibe reconocimiento. Y cuando no recibe reconocimiento, se corre el riesgo de perderlo.

 

 

La riqueza que no se mide y el coste que sí pagamos

 

En España, el trabajo de cuidados no remunerado equivaldría a casi el 15% del PIB si se valorase económicamente. A nivel global, se estima que el sector del cuidado informal superaría los 11 billones de dólares anuales. Sin embargo, no cotiza a la Seguridad Social, ni suma puntos en la carrera profesional, genera poder económico o se integra en los indicadores de progreso. Y eso tiene efectos tan contundentes y dolorosos como menores tasas de natalidad (en España nuestra tasa de fertilidad es de 1,16, una de las más bajas del planeta), cuidadores con brechas salariales y de pensiones, familias exhaustas y en definitiva, una sociedad que exige más productividad a quienes dedican menos tiempo…  a producir personas.

 

Porque no nos engañemos: la próxima generación de talento y contribuyentes se gesta en los hogares, no en los mercados.

 

Mientras debatimos sobre si la IA sustituirá trabajos, olvidamos una verdad simple: las máquinas replican tareas. El corazón humano educa personas. De poco sirve hablar de innovación si al mismo tiempo debilitamos aquello que hará posible nuestro liderazgo futuro:

 

  • Niños curiosos, creativos y emocionalmente sanos.
  • Adultos capaces de empatizar, colaborar y cuidar.
  • Familias que funcionan como el primer lugar de aprendizaje social

Si no ponemos en valor el cuidado, ¿quién cultivará las habilidades interpersonales, la empatía, la resiliencia, la ética… lo único verdaderamente insustituible por la inteligencia artificial?

 

No se trata de enfrentar libertad económica con bienestar social. Se trata de reconciliarlas:  la mano invisible genera riqueza mientras que el corazón invisible la hace útil para vivir vidas dignas.

 

El crecimiento pierde legitimidad cuando solo beneficia a algunos y el bienestar social se vuelve insostenible cuando asfixia el dinamismo económico.

 

Necesitamos un orden económico donde:

 

  • El éxito se mida no sólo en términos de PIB, sino en vidas que mejoran
  • El cuidado tenga valor económico y social
  • La innovación no sea una carrera sin alma
  • La igualdad de oportunidades empiece al nacer y se sostenga en el tiempo
  • Y en donde la eficiencia no se construya sacrificando la dignidad de quienes cuidan.

 

Poner precio para reconocer valor

 

Si queremos un capitalismo más próspero y humano, debemos atrevernos a medir lo que importa de verdad. Porque lo que se mide, cuenta. Y lo que cuenta, se protege. La economía necesita a la mano invisible. Pero no puede vivir sin el corazón invisible.

 

Mientras celebramos los avances de la inteligencia artificial, recordemos que la inteligencia más valiosa sigue siendo la humana. La que solo nace cuando alguien cuida, educa y acompaña.

 

Invertir en el cuidado no es un gesto emocional. Es la decisión económica más racional que podemos tomar como sociedad.